Bienvenido a IN ITINERE

Imaginemos que imagino un futuro libro. Imaginemos que empiezo a escribirlo de esta forma no aforística, pero sí fragmentaria, que va tomando cuerpo en las entradillas de un blog, no hay cosa más moderna. Imaginemos que ese futuro libro aún no nacido se titulara, más por ambición del proyecto que por la realidad hecha y formulada, de la siguiente guisa: Los problemas del mundo.

Un título así, tan grandilocuente, exigiría demasiadas explicaciones. Yo daría una breve y sencilla: los problemas del mundo soy yo mismo, yo encarno en mi vida los verdaderos problemas del mundo. Pero no yo por ser quien soy, sino cada uno de nosotros, que somos lo que somos: cada uno de nosotros que, al existir, somos el mundo.

Por tanto, los problemas del mundo son los problemas que yo encarno en mi vida y sus soluciones, mis opiniones, mis dudas y cavilaciones, si hubieran de tener algún valor o sentido, tendrían acaso también un valor y sentido para otras personas, tal vez incluso para muchas.

De la amistad (2)

Amistad es el nombre que toma cierto tipo de relación entre iguales. La cuestión estriba en averiguar a qué clase de relación específica nos referimos cuando hablamos de amistad, pues no todas las relaciones merecen tal nombre. De hecho, por tratarse de una cuestión tan espinosa, tan difícil de definir de forma unívoca, a menudo añadimos al sustantivo el calificativo de verdadera, como si pudiéramos hablar de amistades falsas o de cualquier otra clase de amistad menos genuina.

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Desdecirse

Los otros son a menudo testigos mudos pero infatigables de nuestras acciones. Su juicio –tan certero casi siempre- dibuja señales que nos resultan ajenas cuando nos las muestran, aunque cincelen los vívidos rasgos de nuestros rostros y de nosotros, sus autores. Me hice a la idea de que me acostumbraran a ver como una persona seria y discreta, testimonio que a menudo redundó en beneficio propio, por aquello de que la discreción se valora al alza en tiempos de exposición como estos. Confieso que obtengo no pocas ventajas de aquel que no me sé, del fantasma que ignoro, de quien otros dicen que soy. Pero me sorprende ser eso, aunque lo use a mí favor. Ese otro que ellos ven soy también yo, incluso más propiamente yo, a veces, que yo mismo.

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El legado de los ausentes

En algún otro lugar he escrito sobre lo que llamo el legado de los ausentes[1], aunque antes lo bautizara también como el legado de los muertos de forma un tanto melodramática. Esto tiene que ver con la observación empírica y clínica de que a menudo ciertas dificultades familiares, como ya dejó señalado C. Whitaker, tardan tres generaciones en irse preparando y emerger con inusitada y sorprendente fuerza; y también con el hecho de que a nuestros hijos los educan los abuelos, afortunadamente para ellos de dos familias diversas casi siempre, lo cual priva a este fenómeno de lo que podría ser un sangrante determinismo ambiental.

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Amor en cinco minutos

Es arriesgado pedir cinco minutos cuando se ha de hablar del amor, pero es el tiempo con el que hoy cuento, sin retóricas. Cinco minutos que espero serán suficientes para decir algo sobre este mito y sobre las razones de su vigencia. El tiempo ajustado para el cansancio o la incitación.

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Trabajar con lo que hay

Podemos preguntarnos, ¿con qué habríamos de trabajar, pues, si no es con lo que las familias nos traen a terapia? Pero es importante recalcar esto: hay que trabajar con lo que la familia trae, que es siempre lo que hay, y no aquello que debería haber y no está.

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La dimensión relacional del ser humano

Pese a que el individualismo sea, posiblemente, uno de los caracteres dominantes de la cultura occidental, es obvio que éste descansa en el implícito de nuestra innegable e irrenunciable naturaleza relacional. Llegamos a ser humanos por la socialización. Toda nuestra vida viene marcada por este proceso, en el cual el papel que juega la red social significativa de cada individuo  es de suma importancia.

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La trastienda de un terapeuta

      Uno hace terapia como es. Nuestros rasgos de personalidad, nuestro talante vital, nuestras tendencias más profundas, así como nuestras capacidades y recursos personales se ponen sobre el tapete y entran en juego durante el encuentro terapéutico, despertando reminiscencias de nuestra propia experiencia vital, de las maneras como hemos ido encarándola. Sólo de esta autenticidad genuina brota eso que llamamos el arte de la terapia. Arte que no nos exonera de los necesarios aprendizajes técnicos, pero sin el cual estos son movimientos tal vez precisos y ajustados, pero sin alma. Las técnicas están bien, necesitamos conocerlas, de la misma forma que hay que aprender a detectar las regularidades en el funcionamiento relacional de los sistemas; pero todo ello, con ser importante,  no basta, a mi juicio, para hacer de alguien un terapeuta efectivo. El título enmarcado de nuestros aprendizajes profesionales colgado de la pared de nuestro despacho es una condición necesaria, pero no suficiente, para ser eficiente y eficaz en este trabajo relacional.

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Poder y terapia

El poder es, sin duda, un tema importante en el universo relacional de las personas. Pero, desde la perspectiva sistémica, debemos reconocer que todos los individuos disponemos de cuotas o espacios de poder. Frente al poder que viene de fuera, social o tradicionalmente legitimado, encontramos el poder interno que se ejecuta en las propuestas de relación, en la danza y los juegos interpersonales.

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Neuburger y las nuevas parejas

Señores, ¿os gustaría oír un bello cuento de amor y muerte?...” Así podría comenzar cualquier historia de pareja, con las palabras de la más emblemática narración de amor trovadoresco de todos los tiempos, el Romance de Tristán e Isolda, ese mito intemporal de pasión, adulterio y muerte.

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Pakman: el sentido de lo justo

Cuando hace un par de meses, Marcelo Pakman tuvo el amable gesto de invitarme a esta presentación de su libro “El sentido de lo justo”, enviándome unos días más tarde un ejemplar para que lo leyera, ignoraba yo en qué situación me estaba metiendo. Pero, sobre todo, aún sabía menos cómo iba a salir de ella. Debo confesar, de entrada, que ha sido un placer leer el libro, pero también que no ha sido fácil. No es, Marcelo, autor ni sencillo ni de rápida lectura, pero sí, al menos, de esos que van dejando las huellas de por dónde ha ido pasando y con qué autores se las ha ido viendo y dialogando en su reflexión. No todos postmodernos, como cabría suponer de la lectura del subtítulo de la obra: “Para una ética del cambio, el cuerpo y la presencia”; pero tampoco todos antiguos, aunque sí la mayoría de ellos ya clásicos.

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