Bienvenido a IN ITINERE

Imaginemos que imagino un futuro libro. Imaginemos que empiezo a escribirlo de esta forma no aforística, pero sí fragmentaria, que va tomando cuerpo en las entradillas de un blog, no hay cosa más moderna. Imaginemos que ese futuro libro aún no nacido se titulara, más por ambición del proyecto que por la realidad hecha y formulada, de la siguiente guisa: Los problemas del mundo.

Un título así, tan grandilocuente, exigiría demasiadas explicaciones. Yo daría una breve y sencilla: los problemas del mundo soy yo mismo, yo encarno en mi vida los verdaderos problemas del mundo. Pero no yo por ser quien soy, sino cada uno de nosotros, que somos lo que somos: cada uno de nosotros que, al existir, somos el mundo.

Por tanto, los problemas del mundo son los problemas que yo encarno en mi vida y sus soluciones, mis opiniones, mis dudas y cavilaciones, si hubieran de tener algún valor o sentido, tendrían acaso también un valor y sentido para otras personas, tal vez incluso para muchas.

Consejos, gota a gota

Hay psicólogos que invierten todo su saber en levantar contra lo inesperado un mundo sensato trenzado de consejos infinitos. Consejos los hay para cualquier paladar y, en general, no soy nadie para discutir su bondad, preñados como vienen de toda la experiencia que destila el sentido común, que es la forma como cada cual llama a su peculiar manera de entender el mundo. Lo único que constato es que, a pesar de llevar consigo tan apoderado compañero –el sentido común- van camino del desahucio no bien salen de la boca de quien los enuncia, la mayor parte de las veces porque ni siquiera fueron solicitados por aquellos a quienes tan amorosamente se dirigen.

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Terapeutas esenciales: Ausloos

  Ausloos fue uno de mis terapeutas de referencia. Quizás porque escribió poco, quintaesenció su forma de trabajar en breves pero intensas líneas que conviene leer y releer con atención, como quien visita a ese viejo amigo que siempre tiene cosas interesantes que contar y que está dispuesto a hacerlo si le prestamos alguna atención. Hay terapeutas verbosos y desatados, que no cesan de publicar y publicitarse y terapeutas secretos pero lacónicos, que nada escriben o comparten; en medio, hay terapeutas esenciales. Ausloos perteneció a esta última hornada. No hubiera hecho carrera académica, si tuviéramos que medir sus conocimientos y capacidades por las resmas de papel que acumuló bajo su firma. Pero fue y sigue siendo ese compañero conciso cuya lectura atenaza, provoca, inquieta, pero nunca decepciona.

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Cum grano salis

Frente a esa tentación de adobar de consejos la cháchara cotidiana, para especiar el menú o sazonarlo, propongo un remedio mucho más prosaico y casi al alcance de cualquiera, y que consiste tan sólo en hacer buenas preguntas. ¿A qué llamo “buenas preguntas”? Buenas preguntas son aquellas que el interpelado aún no se hizo ni se paró siquiera a pensar. Preguntas cuya mera presencia actuarán como un reto y le ayudarán a desbrozar, con su clarificación, el camino más directo hacia la acción a partir de la nueva información que habrá extraído de sí mismo, de su reflexión, por una suerte de anamnesis socrática.

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Siendo futuro

Buena parte de nuestra vida la hacemos pensando en el futuro, como si ésta –la vida- no fuera a acabársenos jamás, cuando en realidad lo que no se acaba nunca es el futuro. Casi todo lo que somos se nos va en imaginaciones y proyectos, esto es, en irrealidades fecundas. Gozamos habitando ilusiones y empezamos a desaparecer cuando dejamos de inventarlas. No hay en la naturaleza animal alguno que se nos parezca en esto, acaso porque lo que hay de más animal en nosotros es lo que de menos humano poseemos. Somos, pues, una especie singular y rara, interesante y futuriza.

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Vida en ciernes

De joven me creí a salvo de la envidia, aunque la bajamar de mis pasiones viniera de continuo a desmentirlo por gracia de la obra, del pensamiento o, las más de las veces, por inevitable omisión. Con cierta jactancia adolescente, me sentía libre de tales sentimientos, libre y casi transparente; hasta que estos me asaltaban de forma repentina, causándome gran perplejidad su negada existencia y no poca turbación sobrevenida su descubrimiento. Etapa, aquella juventud, propicia a las pasiones amputadas, fecunda en atajos y miserias. Parece mentira lo poco que de nosotros mismos llegamos a conocer en esa época juvenil, cuando la principal tarea consiste en dar respuesta a la pregunta sobre nuestra identidad; lo amplia que es la zona oscura que se nos se nos hurta a la comprensión, velada: el territorio de la ceguera o de cuanto nos negamos a ver como resultas de tanta atención reconcentrada en nuestro propio, frágil yo. Debemos agradecer ese silencio cómplice con que los otros nos tienen engañados, aun conociendo aquellas verdades que no deseamos asumir, la mayoría siquiera a sospechar, pocos a reconocer. «Conócete a ti mismo» es una máxima exigente, si la aplicamos al pie de la letra. Cruel si la llevamos a término en plena juventud.

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Hijos y padres

Dejo sobre la mesa el libro de María Charles, En el nombre del hijo, con el sentimiento de tener que decir algo sobre el impacto que su lectura me ha causado. Desde que cumplí los cincuenta, la literatura sobre padres se ha convertido en otra pequeña obsesión añadida a las que me ocupan, supongo que por esos asuntos onerosos del ciclo de vida y tal.

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Fragilidad de la vida

La vida se ha vuelto más compleja y, sin embargo, y paradójicamente, parece más fácil vivir ahora que debió resultarlo en otros tiempos. Hay más comodidades y lujos al alcance de más personas. Al menos, así ocurre en las sociedades del llamado primer mundo, pero es un fenómeno irreversible que comienza a afectar a todos, acaso interesado efecto de la globalización. 

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Segura vida

Habría que empezar a pensar en la seguridad como un peligro para el pensamiento y para la vida. Por un lado, porque genera la vana ilusión de su misma realidad, como si alguna vez fuera real o simplemente posible estar a salvo; por otro lado, porque para sostener esta ilusión nos inventamos cientos de ocupaciones ociosas que nos encarcelan y, a la vez, nos garantizan que esa seguridad que es nuestro carcelero sirve en definitiva para algo; es decir, que, de alguna forma, es productiva.

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