Bienvenido a IN ITINERE

Imaginemos que imagino un futuro libro. Imaginemos que empiezo a escribirlo de esta forma no aforística, pero sí fragmentaria, que va tomando cuerpo en las entradillas de un blog, no hay cosa más moderna. Imaginemos que ese futuro libro aún no nacido se titulara, más por ambición del proyecto que por la realidad hecha y formulada, de la siguiente guisa: Los problemas del mundo.

Un título así, tan grandilocuente, exigiría demasiadas explicaciones. Yo daría una breve y sencilla: los problemas del mundo soy yo mismo, yo encarno en mi vida los verdaderos problemas del mundo. Pero no yo por ser quien soy, sino cada uno de nosotros, que somos lo que somos: cada uno de nosotros que, al existir, somos el mundo.

Por tanto, los problemas del mundo son los problemas que yo encarno en mi vida y sus soluciones, mis opiniones, mis dudas y cavilaciones, si hubieran de tener algún valor o sentido, tendrían acaso también un valor y sentido para otras personas, tal vez incluso para muchas.

La terapia como proceso de crecimiento personal.

    Los procesos relacionales humanos, de gran complejidad, se orientan en una doble dirección: la pertenencia y la individuación. Uno es representativo de la tendencia humana a la estabilidad y el otro a la complementaria -pero opuesta- del cambio. El engarce es difícil y nunca se logra definitivamente del todo ni para siempre, supuesto que este para siempre tenga sentido referido a la vida humana.

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Cuatro fogonazos de Whitaker

   Fue, sin duda, un maestro sabio aquel hombretón criado en una granja aislada en Raymondville, Nueva York, y que por tanto años pareció a los suyos un niño y adolescente autista. Alguien que, metido en sí mismo, se ganó el derecho a observar y decir, sin demasiados miramientos, lo que veía y pensaba. Un terapeuta, por si alguien lo duda, que habló mucho de sí mismo, por tratarse tal vez del paciente que tenía más a mano.

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Tiempo de ocio

   Cuando hablamos de sociedad del ocio lo hacemos por contraposición a la llamada sociedad del trabajo. A menudo, bajo este contraste subyace la idea de que el tiempo que dedicamos al trabajo es, casi en toda ocasión, un tiempo obligado, una rutina necesaria; mientras que, por el contrario, el tiempo de ocio aparece como un espacio de vida volcado hacia la autorrealización personal; un espacio para hacer, en suma, aquello que nos apetece.

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De la felicidad del círculo

   Al igual que hablamos con metáforas -aunque pocas veces les prestemos la debida atención-, tendemos a imaginar el desarrollo de nuestra vida con figuras que dibujan direcciones o formas diversas, pero que innegablemente dicen bastante acerca de cómo cada cual entiende sus propios procesos vitales o las circunstancias históricas en que se encuentra inmerso. De las figuras geométricas, la imaginación humana ha quintaesenciado casi todas las posibilidades que aquellas otorgaban y ha construido un universo metafórico por donde la existencia discurre plácida o tempestuosamente.

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Nostalgia

    La nostalgia es un sentimiento que nos liga al pasado con la imaginación; buscando el enfermizo placer de sostenernos en un estado letárgico y vivir en un tiempo detenido, caduco y ya ido, sin proyectos, sin planes. La nostalgia se apodera de la vida para envenenarla con imaginaciones improbables. El malestar actual tiene en esa rememoración su más peligrosa tentación, la añoranza. Conviene resistirse a ella como a una fruta envenenada.

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Juventud, edad prometeica

   Cuando fui joven, albergué la fugaz esperanza de tener amigos dedicados al noble afán de filosofar. Algunos los hubo, incluso, que llegaron a cursar estudios en aquellas arduas materias, legamosas y confusas, aunque atractivas en razón de su propia divagadora oscuridad. De la filosofía, entonces, sólo tenía una imagen brumosa; y nada había en ella que la volviera atractiva a mis ojos en cualquier aspecto. El viejo profesor y su metáfora de la cáscara amarga, con la que resumía los avatares de la vida de cualquier filósofo que no fuera de su gusto, era todo lo que yo había sacado de mi escuálido bachillerato filosófico y curil. Por fortuna, creo que salí bastante indemne.

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Llegar y marcharse

Aunque se trata de dos movimientos o acciones que afectan al sujeto y son momentos estelares de ese viaje en que la vida consiste, he observado que podemos llegar a conocer mejor a las personas por la forma como se desenvuelven, alternativamente, en una u otra de dichas acciones. Pecando de cierta simplificación, hay personas que saben llegar y saben irse, en riguroso turno -vaya esto por delante-; y personas que, haciendo honrosamente bien lo primero, les falla estrepitosamente la acción cuando de dejar e irse se trata. No he conocido, empero, individuos que no sepan hacer una cosa u otra: saber llegar y marchar o, por el contrario, no saber desempeñarse en ninguna de las dos.

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Ese pasado que llega

    Al cruzar el meridiano de los cincuenta comenzaron a ocurrirme algunos hechos que considero inexplicables y ante los que debo confesar que me hallaba por completo desarbolado, inerme. Imprevistos que, a buen seguro, lo fueron para mí, no para el género humano en su conjunto. Aún hay eventos, asuntos, problemas que la mayoría se explica razonablemente y que, a mí, en cambio, me tienen a maltraer, abatido como un animal cegado por la luz repentina en medio del asombro y la perplejidad. Sucede, según creo, porque yo fui de niño, cuando apenas cargaba vida sobre mis espaldas, perpetua nostalgia. Ahora soy un adulto que acaso sospecha que toda nostalgia es un caso perdido de candidez, un trasluz inane de espesa e ingenua melancolía.

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Caín y Abel

  El Libro es parco en noticias acerca del modo de vida que compartieron Caín y Abel. Un silencio craso se cierne como el espíritu del olvido sobre las aguas de la infancia y la primera juventud de aquellos muchachos y sus costumbres. Ignoramos casi todo lo que habríamos de saber sobre sus juegos, sus risas compartidas, sus complicidades viriles; nada sabemos de cuanto confabulaban mientras paseaban por los campos feraces, en descuidada camaradería, o de su elección de oficio y del empeño que pusieron en ejecutarlo; nada de sus distintos caracteres, ni del color de sus cabellos ni de sus gustos e inclinaciones. El recuerdo ancestral solo nos ha legado la imagen de uno de ellos arrebatando con brutal salvajismo la vida al otro, hurtando a la mirada el resto de la historia, que quedó en la penumbra y que podría haber dado algún sentido al crimen si la envidia no fuera, por sí misma, razón suficiente para excusarlo o comprenderlo.

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Hermandad e injusticia

    La de Caín con Abel fue una historia de hermandad frustrada, como tantas otras hubo en la Biblia, donde los hermanos no fueron casi nunca amigos, sino encarnizados rivales enfrentados a muerte por unos afectos que quisieron exclusivos, por una herencia que hubieron de repartir a regañadientes, por una preferencia cuya existencia, torpemente, trataron de esfuminar.

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El gesto de Caín

   Tengo que confesar que, desde hace ya unos cuantos años, siento una inexplicable fascinación, algunos la tildarán de morbosa, por la historia de Caín y Abel y el fratricidio original. Me viene de lejos, como digo, y en oleadas, según el momento del ciclo de vida en que me encuentre. No persiste por épocas, sino que a menudo desaparece como las aguas del Guadiana, para despuntar inesperadamente donde menos esperaba que lo hiciera: en un museo, contemplando una pintura, o visionando una película, o entre las páginas de una novela que leía con cierto desmayo. Basta un insignificante estímulo externo para sentir que el interés por este mito bíblico despierta otra vez y crece en mí como hiedra venenosa, como madreselva trepadora escalando las paredes en que habito y el mundo, anodino hasta ese instante que rompe lo cotidiano con una idea o la sombra de una idea. Lo advierto así un poco para justificar la elección de mi última lectura, la de un brevísimo libro de Massimo Recalcati, que lleva por título el de esta entradilla y una portada donde se puede ver parte de la pintura de W. Blake The Body of Abel Found by Adam and Eve (Adán y Eva encuentran el cuerpo de Abel) y que, como ya adivinan, trata del primer homicidio bíblico.

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