Bienvenido a IN ITINERE

Imaginemos que imagino un futuro libro. Imaginemos que empiezo a escribirlo de esta forma no aforística, pero sí fragmentaria, que va tomando cuerpo en las entradillas de un blog, no hay cosa más moderna. Imaginemos que ese futuro libro aún no nacido se titulara, más por ambición del proyecto que por la realidad hecha y formulada, de la siguiente guisa: Los problemas del mundo.

Un título así, tan grandilocuente, exigiría demasiadas explicaciones. Yo daría una breve y sencilla: los problemas del mundo soy yo mismo, yo encarno en mi vida los verdaderos problemas del mundo. Pero no yo por ser quien soy, sino cada uno de nosotros, que somos lo que somos: cada uno de nosotros que, al existir, somos el mundo.

Por tanto, los problemas del mundo son los problemas que yo encarno en mi vida y sus soluciones, mis opiniones, mis dudas y cavilaciones, si hubieran de tener algún valor o sentido, tendrían acaso también un valor y sentido para otras personas, tal vez incluso para muchas.

Tiempo

   Pequeños sobresaltos marcan el camino zigzagueante de la vida; fechas, lugares, amigos o libros son como mojones de ese recorrido existencial. En la memoria los tiempos se confunden, y el pasado remoto se hilvana con el presente de anteayer, pareciéndonos mentira que hayan pasado tantos días. La memoria toma entre sus dedos con ánimo de hilandera el tenue cordel que todo lo vincula, la urdimbre de una vida y su sucesión. Salvo la vida, nada dura. Sólo la memoria perpetúa; y, cuando olvidamos, algo en el universo se apaga, como una pavesa consumida.

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Mi 1 de noviembre

   A partir de la mitad de la vida, tal vez un poco más tarde, la muerte deja de ser una idea abstracta acerca de la cual pensamos en fríos términos cartesianos, tampoco es esa boutade existencialista que dejamos caer entre dos sorbos de licor, pura retórica ajena a nuestra sensibilidad. La muerte comienza a tener, entonces, una presencia física real, tangible, que palpamos en las ausencias y oquedades que nos dejan en la vida nuestros muertos. Para esas fechas, mediada la existencia, arrastramos ya detrás de nosotros un bagaje de muertes de seres queridos que se han ido difuminando en nuestra memoria, siquiera que alguna vez significaron algo importante alguna vez.

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Teselas de un Mosaico (V)

  Hace ya dos décadas, casi tres, cuando nos encontrábamos en trasponiendo los umbrales de un milenio que inaugurábamos entre inquietudes de liquidación y avisos de colapso apocalíptico, numerosos periódicos abrían sus páginas de salud con el anuncio de que la depresión iba a ser la pandemia del siglo que comenzaba. Se equivocaron los diarios, como les sucede a los profetas, con la misma impunidad y desenfado. Y con la celeridad de las esperadas epifanías, empujamos la noticia de aquellos días al ruin olvido, dispuestos a pasar página y dejar el resto a la industria farmacológica, que nos prometía una nueva generación de felicidad empaquetada y en píldoras, rápida, eficaz, limpia y respetuosa con el medio ambiente.

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Teselas de un Mosaico (IV)

   Cuando E. Fromm se preguntaba si sería necesario que los hombres enfermaran para tener una economía sana, no podía siquiera adivinar hasta qué punto el bienestar de las personas pende de un hilo tan frágil y que el mito de una economía sana no era más que eso: un mito. Basta abrir las páginas de información de los diarios para advertir que no hay en la economía otro principio rector que el de los beneficios, y que estos, en grado suficiente, alcanzan apenas a muy pocos. La pobreza es a menudo la antesala de otros sufrimientos. Todos tenemos un poco de aquel José que interpretaba los sueños del faraón y esperamos con ciega confianza que a los siete años de vacas flacas les sigan otros siete de gordas, si no más. Caemos así en el embeleco de un progreso que, al parecer, no habrá de tener fin y tal vez por ello la emergencia de las crisis sociales nos pillan a menudo con la guardia baja.

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Teselas de un Mosaico (III)

Aunque es viejo ya el antiguo arte de curar por la palabra, mucho es aun lo que se ha de debatir sobre la necesaria contrastación de los procedimientos terapéuticos, sobre su eficacia y su necesidad. No se trata de hacerlo sólo por las crueles exigencias a las que nos somete el mercado, aunque no debemos olvidar dónde jugamos la partida; conviene, pues, rememorar a nuestros clásicos y saltar decididos a la palestra donde los diferentes paradigmas miden su fuerza, sus recursos, bríos y potencialidades.

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Teselas de un Mosaico (II)

   Parece mentira que la psicología y otras disciplinas afines, que tienen al ser humano como centro de sus preocupadas reflexiones, hayan tardado tanto en reconocer –y lo hayan olvidado también con tanta frecuencia- la naturaleza relacional del hombre. Conviene, pues, que se nos siga recordando que si algo hay de natural en nosotros sea, principalmente, esa naturaleza relacional que nos humaniza.

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Vive memor mortis

   Un viejo género resucita en los anaqueles de las librerías y lo hace con tal fuerza que su vuelta a la vida merece siquiera algún tipo de clarificación. ¿Fin de época?, ¿crisis existencial o balbuceo de un nihilismo rampante?, ¿justa retribución con que pagar aquella injusticia inicial que nombramos desamor o descuido?, ¿búsqueda de algún tipo de reparación post-morten? Y si así, fuera, ¿reparación para quién y de qué forma? ¿Prestamos ahora mayor atención a los que acaban de morir porque quizá sentimos la punzada de haberlos descuidado un poco mientras estuvieron vivos? No parece que hayamos aprendido bien la lección que los muertos nos enseñan, que no es sino aquella que dice que no debemos llegar tarde al amor. Tal vez para reparar el amor cicateado lo volvemos recuerdo y lo revivimos escribiendo sobre él. Quizás así, de forma oblicua, pedimos perdón o nos arrepentimos.

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Técnicas

   Decía Nietzsche que los hechos sin teoría son estúpidos. Aunque deberíamos tal vez añadir que nunca hay tal, ni cabe hecho sin teoría, siquiera sea ésta implícita y soterrada. Lo mismo sucede con las técnicas, activas todas ellas, pues tienen como fin movilizar; y así evitamos la redundancia de unir a la palabra el calificativo que denota actividad, cuando cualquier técnica lo es o aspira, al menos, a serlo por definición, pretende mover algo o que algo se mueva.

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Creador y corrector

   La obligación natural del escritor, casi su destino, es llevar el lenguaje hasta sus propios límites, retorcerlo y dar de él todo cuanto sea posible sin quebrarlo; esto es, sin asesinar el significado de lo que como artista pretende comunicar.

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Del imbécil, si existe.

    Las personas defendemos con esmero la definición más o menos exhaustiva y variable que sobre nosotros mismos tenemos. Sabemos quiénes somos o, en su defecto, sabemos al menos quiénes no somos o quiénes no queremos llegar a ser. Esa definición o autoconcepto más o menos elaborado se corresponde con ciertos adjetivos con que resumimos nuestras conductas y el repertorio de pautas que hemos ido aprendiendo para sobrevivir e instalarnos con cierta comodidad en el mundo. Son atribuciones que nos hemos hecho o que nos han hecho lo demás y, como tales, no son nunca neutrales, sino interesadas.  Encierran en su seno valores positivos o negativos, para nosotros o para los demás. De forma clara u oscura, vivir es irse definiendo y matizando; es decir, delimitando el territorio en que nos movemos y en el que somos.

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