Mi 1 de noviembre
A partir de la mitad de la vida, tal vez un poco más tarde, la muerte deja de ser una idea abstracta acerca de la cual pensamos en fríos términos cartesianos, tampoco es esa boutade existencialista que dejamos caer entre dos sorbos de licor, pura retórica ajena a nuestra sensibilidad. La muerte comienza a tener, entonces, una presencia física real, tangible, que palpamos en las ausencias y oquedades que nos dejan en la vida nuestros muertos. Para esas fechas, mediada la existencia, arrastramos ya detrás de nosotros un bagaje de muertes de seres queridos que se han ido difuminando en nuestra memoria, siquiera que alguna vez significaron algo importante alguna vez.