Terapia experiencial profunda

Publicado el 6 de abril de 2025, 17:39

En algunas ocasiones, no muy abundantes, por cierto, se da la confluencia entre los placeres de la lectura y los del aprendizaje. Tal ocurre, felizmente, en el libro de Esteban Laso y de Alfredo Canevaro: “Terapia Experiencial Profunda”, un libro que causa tantas alegrías como reflexiones y aprendizajes. Por tanto, un libro que será difícil que deje a cualquier terapeuta sensible indiferente.

Esteban Laso es un terapeuta reconocido a ambos lados del Atlántico por sus escritos en clave emocional en terapia familiar. Es docente de varias universidades y profesor investigador de la Universidad mexicana de Guadalajara. Es autor, así mismo, de numerosos artículos y libros, uno de los últimos también publicado en Editorial Morata, que lleva por título “Guía integral de supervisión en Psicoterapia”, que ya nos pone en la pista de algunos de sus intereses y de la dirección general de su trabajo, orientada hacia una psicoterapia integradora, en la cual las emociones juegan un papel fundamental y rector.

Alfredo Canevaro es, por otro lado, alguien muy importante en mi propia formación terapéutica y personal. No soy capaz de hablar de él sin referirme a esta parte humana que condiciona, dirige y acentúa su buen hacer profesional, y que de un modo pluscuamperfecto representa Alfredo en su forma de hacer terapia y en su carácter personal. Médico psiquiatra, Canevaro fue fundador de la primera revista sistémica en lengua española y el primer presidente de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar. Podemos decir sin rebozo que estamos ante un pionero de esta especialidad en nuestra lengua. Ha sido también profesor en numerosas universidades y miembro de consejos editoriales de revistas de terapia familiar, tanto europeas como americanas. En la actualidad, aún activo, trabaja como docente y supervisor en la escuela de Psicoterapia Familiar de Mara Selvini en Milán y sigue publicando artículos y libros, entre los cuales destaca “Terapia individual sistémica con la participación de familiares significativos”, otra joya de la terapia familiar en español que hemos tenido el placer de leer en estos últimos tiempos.

Mi experiencia me indica que uno cae aprisionado entre las páginas de una obra como ésta cuando encuentra escritas las palabras que ponen voz a sus necesidades, palabras y frases enteras que golpean y despiertan ecos y que luego ayudan a reorganizar lo que ya se sabía con lo nuevo que acaba por presentarse ante sus ojos, integrándolo en un todo más complejo.

Voy a señalar solamente alguna de las ideas fuerza que me atraparon mientras leía estas páginas, procurando no desvelar el contenido sistemático y estructural de la obra ni quién sea finalmente, como en las novelas de misterio, el asesino. Este es uno de esos libros que conviene no leer de un tirón, sino, como los buenos caldos, mejora al saborearlo a sorbos, pausadamente, tomándonos nuestro tiempo para degustar el delicado abanico de sus matices. Un libro que luego habremos guardar en algún estante de nuestra biblioteca, pero al alcance de la mano, para proseguir con él una continua y vivificante interlocución. Los libros, decía Platón, no responden a nuestras preguntas; pero algunos, digo yo, nos ayudan a mejorar las que ya nos hacíamos…

La primera idea fuerza en la que quiero incidir me es personalmente muy querida, y tiene que ver con la necesidad inexcusable de que hagamos una reflexión filosófica en nuestro hacer terapéutico, porque éste no es la suma de unas cuantas técnicas bien aprendidas, sino mucho más que eso: conviene disponer de una teoría sobre qué significa cambiar, qué es eso que llamamos terapia, cuáles son sus límites y qué es ser terapeuta. Resuenan aquí las palabras de Whitaker: tan importante como hacer terapia es pensar la terapia. Un pensar que no un simple entender o un mero conocimiento externo al sujeto que lo tiene o hace, sino un comprender que integra al tiempo la cabeza y el corazón, pues –remedando de nuevo a Whitaker: “nadie crece emocionalmente por medio de la educación intelectual, sino como consecuencia de la experiencia.” El viejo mandato délfico del “conócete a ti mismo” que habría de ser traducido con mayor acierto por “compréndete a ti mismo”, una comprensión que, para serlo, ha de integrar lo que nos dice la cabeza con lo que nos siente el corazón.

La segunda idea fuerza que quiero señalar, y con ella acabaré, es la idea de que todos tenemos unas necesidades básicas originarias y no condicionales, sustanciadas en el amor y en el respeto, que existen per se, por nuestra propia dignidad de seres humanos vivos, no por algo que debamos ganarnos con esfuerzos, cumpliendo no se sabe qué condición exigida por otros.

Estas inherentes necesidades básicas son relacionales, puesto que son confirmadas por los demás (generalmente por nuestra familia de origen) y reconfirmadas luego a lo largo de nuestra vida por nuevas personas significativas. Esta confirmación o reconfirmación puede verse boicoteada, frustrada por la violencia, la descalificación, la negligencia o la desconfirmación. Formas diversas de bloqueo del amor o del respeto.

La terapia, desde esta concepción, ha de apuntar a reconfirmar con tus familiares más próximos cómo viviste esas heridas de tu historia, para honrar esas necesidades mediante su expresión verbal, pues es la palabra la que nos agrede, pero también la que nos cura. Reconfirmar la experiencia vivida y sus necesidades desconfirmadas sería, pues, el objetivo final de toda terapia. Lo que más nos ayuda a crecer y a diferenciarnos en la pertenencia, rompiendo así la herida transgeneracional que recorre a menudo la columna vertebral de la historia de tantas familias.

Una serie de técnicas emocionales (la de la mochila, la del agradecimiento recíproco, el ejercicio de la intimidad o la de las identificaciones proyectivas) ponen el broche clínico final a un libro lleno de inagotables sugerencias terapéuticas, sobre las que habremos de seguir reflexionando.

 

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