Vida en ciernes

Publicado el 22 de febrero de 2025, 9:44

De joven me creí a salvo de la envidia, aunque la bajamar de mis pasiones viniera de continuo a desmentirlo por gracia de la obra, del pensamiento o, las más de las veces, por inevitable omisión. Con cierta jactancia adolescente, me sentía libre de tales sentimientos, libre y casi transparente; hasta que estos me asaltaban de forma repentina, causándome gran perplejidad su negada existencia y no poca turbación sobrevenida su descubrimiento. Etapa, aquella juventud, propicia a las pasiones amputadas, fecunda en atajos y miserias. Parece mentira lo poco que de nosotros mismos llegamos a conocer en esa época juvenil, cuando la principal tarea consiste en dar respuesta a la pregunta sobre nuestra identidad; lo amplia que es la zona oscura que se nos se nos hurta a la comprensión, velada: el territorio de la ceguera o de cuanto nos negamos a ver como resultas de tanta atención reconcentrada en nuestro propio, frágil yo. Debemos agradecer ese silencio cómplice con que los otros nos tienen engañados, aun conociendo aquellas verdades que no deseamos asumir, la mayoría siquiera a sospechar, pocos a reconocer. «Conócete a ti mismo» es una máxima exigente, si la aplicamos al pie de la letra. Cruel si la llevamos a término en plena juventud.

Es posible que ahora no nos agrade la vida que llevamos. Que tratemos de amordazar ese sonsonete que nos recuerda las promesas que juramos cumplir cuando éramos tan jóvenes que desconocíamos el significado de la claudicación. Se puede prometer cuando la vida misma está aún desdibujada. Cuando se vive inconmensurable, sin límites.

Hay una jactancia juvenil en las historias que de adolescentes nos contamos sobre lo que aún no es y será. La vida se dibuja hermosa y plena, intensa y brava, trazando una curva en el vacío, de la que solo vemos el ascenso, no la parábola. Para captar el recorrido curvilíneo hacen falta perspectiva y tiempo, y ni la una ni el otro abundan todavía en ese momento recién inaugurado. El amor fosforece como promesa en la oscuridad, la aventura apunta al asomarnos a cualquier esquina, la ciudad entera se conjura para el misterio y el abismo. Nadie ha habitado el mundo de la forma como nosotros lo habitamos entonces, y ninguno se atrevió antes a respirar con la misma intensidad y plenitud con que lo hicimos nosotros. Fuimos como esos exploradores que se internan por vez primera en una selva virgen, incógnita, ayuna de huella humana, exudando expectación y energía.

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios