
Yo no soy solo yo ni yo solo. Yo voy siendo en este entrecruzamiento de las relaciones significativas que van surgiendo en mi vida, por un lado, y los legados que arrastro, fruto de la historia social y de los míos en ella. Nadie vive solo para sí, sino que existimos en un entramado de relaciones y significados, de relaciones significativas y otras que no lo son tanto. Acentuadas –o no-, pero sí condicionadas, sin duda, por un contexto social, político y económico favorable o adverso.
Como terapeuta, sé que siempre queda una oportunidad para cambiar algo, aun cuando ocurra casi al final de una vida. Sé que, “hasta el rabo, todo es toro”, por decirlo en ameno tono castizo. Soy, a buen seguro, un terapeuta ingenuo y verazmente esperanzado, qué le vamos a hacer. Por eso sostengo que hay vidas integradas en grado diverso igual que se alcanza una cierta sabiduría en grado diverso. La cuestión aquí es, si al pasar cuentas, el resultado final resta suficientemente satisfactorio, si queda más capital –por seguir con la metáfora económica- en el haber que en el debe del balance de nuestra vida. Y, sobre todo, si vamos a seguir invirtiéndolo en proyectos y planes que expresen, porque todavía hay tiempo, nuestros deseos más personales, porque no podemos vivir sin futuro y futuro lo hay siempre mientras vivimos.
Una de las creencias en que se ha basado la mirada actual sobre la vejez tiene mucho que ver con un modelo productivo, de actividad y consumo constante, propio de las sociedades capitalistas, a veces despiadadas y siempre ferozmente individualistas. Bajo este prisma, mientras el viejo parezca joven, esté activo y se mantenga en forma, mientras cumpla los cánones reservados a la juventud y la madurez, tenderemos a considerar que esa persona es alguien afortunado que está teniendo un envejecimiento saludable. La ancianidad, pues, se valorará, sobre todo, en términos de vida activa.
Esta es, a mi juicio, una mirada que, no siendo errónea, resulta, sin embargo, incompleta y limitadora.
La vida resulta -a menudo y sin duda-, interesante; pero no la hace interesante tan sólo la actividad que en ella desarrollamos las personas. La actividad ha sido, en forma de generatividad o productividad, el elemento dominante de nuestra prolongada fase de madurez. Cuando construimos nuestra mirada de la vejez sobre esta generatividad de la etapa madura, parece obvio que nos vamos a encontrar con un número pequeño de ancianos en condiciones de cumplir los mínimos requisitos, y aún estos por un tiempo ciertamente limitado.
Pero es que hay un aspecto que se tiende a minusvalorar cuando hablamos de las cosas que hacen interesante la vida, aspecto que, por cierto, el mismo Erikson considera muy cercano a la filosofía, entendiendo esta como una reflexión analítica sobre la propia vida, sobre nuestras prioridades, valores, proyectos y realidades. Reflexión que descansa en una experiencia vivencial y que podemos denominar sin rubor, pero humildemente, sabiduría de la vida. Y que tiene que ver con la vida contemplativa.
Esa mirada reflexiva sobre lo vivido que transmite a las nuevas generaciones –si quieren escuchar- el conocimiento decantado de haber vivido y sufrido experiencias y penalidades, éxitos y fracasos, y haberlos tratado de integrar en una interpretación coherente, aunque haya sido de forma parcial y nunca por completo plenamente lograda.
Por tanto, no sólo la vida activa, sino también la vida contemplada son formas de existir que proporcionan al ser humano bienestar en grado suficiente, siendo cada una de ellas dominante en determinados momentos de nuestro desarrollo vital. Y, por cierto, no necesariamente excluyentes.
“Preparando una vejez suficientemente buena. Prevención y cuidados familiares en la edad tardía”. En Mosaico, nº 89, enero 2025
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