Trabajar con lo que hay

Publicado el 21 de abril de 2025, 12:20

Podemos preguntarnos, ¿con qué habríamos de trabajar, pues, si no es con lo que las familias nos traen a terapia? Pero es importante recalcar esto: hay que trabajar con lo que la familia trae, que es siempre lo que hay, y no aquello que debería haber y no está.

 

Esto implica, también, que no podemos sustituir el empeño que ellos pueden poner para cambiar, yendo nosotros, como operadores, más lejos de lo que ellos estén en disposición de querer y a arriesgar.

 

En ocasiones, los profesionales, por una mala gestión de su propia ansiedad, tienden a empujar mucho más de lo que empuja la propia familia, quizás porque ven claro dónde se encuentra el quicio en que se produciría el cambio. Lo ven y lo quieren así, más allá de lo que la familia manifiesta con sus actos desear.

 

Por eso, este empujar es, la mayor parte de las veces, chocar contra una pared inamovible; y si la pared no se mueve, ¿por qué hemos de gastar nuestras energías intentando que lo haga? ¿O que lo haga justo en el momento que a mí, como profesional, me paree pertinente? El movimiento inicial de acomodación suele ser un instrumento efectivo para comenzar en dirección a ese futuro apenas entrevisto.

 

Poco a poco, los operadores irán calibrando la flexibilidad de los usuarios para aceptar el reto que supone el movimiento hacia el cambio y hacia la transformación de esa historia construida en torno del problema a lo largo, a menudo., de mucho tiempo.

 

El operador sistémico habrá de esforzarse para llegar a ser un experto en detectar la flexibilidad o rigidez del sistema, que revela si existe la posibilidad -o no- de que el sistema cambie tras una intervención terapéutica o a lo largo de un proceso de terapia. Esto no se capta en una primera sesión, sino en el transcurso de dicho proceso, cuando los cambios esperados no se producen o los usuarios esquivan las tareas o las realizan a desgana, como una imposición externa sin más, o cuando el operador bien entrenado siente que se halla frente un impasse terapéutico, colgado entre su deseo y las posibilidades o necesidades del sistema familiar.

 

Es muy importante que partamos de la idea básica de devolver a los usuarios su propia e intransferible responsabilidad sobre sus vidas.

 

Nosotros, los operadores, somos acompañantes en el proceso, agentes capaces de ayudar movilizar los recursos de las familias, casi nunca los nuestros. Esos no sirven, o al menos no sirven cuando no son aquellos con los que cuenta la familia.

 

Sucede a menudo, en algunas situaciones especialmente dolorosas o en otras especialmente claras, que el agente se ve impelido a hacer un sobreesfuerzo de actividad, que tiene como único objetivo el de no sentirse mal consigo mismo. Revela de ese modo su escasa tolerancia a la ansiedad y a la incertidumbre, que es el territorio donde el operador navega mientras acompaña a los pacientes. Siente, en tal caso, que su propia capacidad es la que está siendo puesta a prueba y que, por tanto, faltaría a su obligación profesional si no estuviera “haciendo algo”; alguna cosa para que la familia lo juzgue competente y capaz.

 

Pero todo ello tiene más que ver con sus propias emociones, que con lo que le ocurre a la familia, aunque sea esto último lo que gatille tan ansiedad en el profesional, sus sentimientos de inoperancia o, en otros casos, la sospecha de que está a punto de desvelarse su impostura. Tiene que ver, pues, con lo que despierta esa familia en el profesional. Y este es un dato a tener en cuenta para entender la totalidad del sistema agente-familia, la delegación, las expectativas de unos y otros, las creencias que sobre su oficio tiene el operador, etc.

 

Aprender a tolerar la incertidumbre y habituarse emocionalmente a ella es un indicador significativo de progreso profesional.

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